Una reflexión de principio de curso.

En los casi treinta años que llevo dando clases de inglés, he visto de todo. Y es normal.
Todos, en nuestro trabajo, aprendemos (o lo intentamos al menos) de los que son
mejores que nosotros, nos inspiramos en quienes consideramos maestros y debemos
estar sometidos a un proceso de continuo aprendizaje.
Cuando empezamos con la gran aventura de The White House, me causaba cierto
arrobo, que academias de más trayectoria en el tiempo, nos copiaran con un descaro
impropio de profesionales. Academias que ya llevaban muchos años, nos copiaron
vinilos, mensajes, precios, concepto, textos de la web... academias que empezaron a
nuestro rebufo, también nos copiaron. Hasta la publicidad. De hecho, cuando nosotros
empezamos, NADIE daba clases a niños por debajo de los seis años. Nosotros traíamos
un bagaje de muchos años de experiencia con peques...y una sola persona dedicada en
cuerpo y alma a ellos, porque para eso no vale cualquiera.
A la vuelta de siete años, el resto de academias ofrece cursos para edades tempranas,
sin darse cuenta de que, no puedes meter a una jovencita o jovencito sin tablas, que
viene a pasar un año o dos en España, que hace esto mientras encuentra otra cosa... y
por un sueldo de miseria en algunos casos, sin las ideas muy claras y muchas tablas
para sacar el proyecto adelante con éxito, con un grupo tan exigente y sobre todo tan
delicado como son esos pequeños.
Se pueden copiar las formas. Se pueden copiar los mensajes, los eslóganes, los
precios... se pueden incluso tirar los precios para intentar reventar el mercado aunque
no hay que olvidar que un buen profesor requiere un buen sueldo. Pero no se puede
copiar el espíritu. No se puede copiar la magia. No se pueden copiar los años de
formación continuada, ni el entusiasmo, ni la entrega, ni la profesionalidad. Eso,
señores imitadores, no se copia.