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Un notable ejercicio de compañerismo.

Ayer, como despedida del primer trimestre, nuestros adolescentes celebraron el mítico ya “Concurso de cupcakes” de The White House. Los mismos chicos, y dos de los miembros del personal del centro tuvimos el honor de ser los catadores. La clase transcurrió en un silencio impropio de una clase de estas edades, mientras miraba con cierto arrobo como los alumnos agitaban sus manos, cerraban los ojos o los guiñaban frente a las bandejas, para apreciar todas las cualidades organolépticas de las viandas. La cata fue el último paso...y nos pusimos "como el quico”.

Todos habían trabajado en mayor o menor medida el tema de la presentación, porque ya sabían que era uno de los aspectos que puntuaba. Pero una de nuestras alumnas, Mónica, en el momento de destapar su obra maestra, tuvo un pequeño percance repostero y parte de su esmerada producción fue al suelo ( e inmediatamente a la papelera) y el resto quedó algo deslucido, aunque a priori era- ciertamente- la más vistosa. Aunque sus ojos se llenaron de lágrimas ( entiendo la rabia de ver tu trabajo por los suelos), intentamos minimizar el impacto ( todos la ayudaron y la animaron) y, dado que todos habíamos visto lo que traía y cómo pretendía ser la presentación ( hizo TRES tipos distintos de cupcakes decorados de maneras muy diferentes) , indiqué a los alumnos que en la votación, tomaran eso como referencia y no lo que había quedado tras el incidente-accidente. Y así lo hicieron.

Comimos, nos reímos, repetimos “por las dudas”, hablamos de la celiaquía, organizamos las votaciones, nos reímos más ( David trajo cupcakes con los nombres de todos sus compañeros, Paula se marcó una buttercream turquesa y venía vestida a juego con sus cupcakes, Carlos hizo una ganaché de chocolate crujiente – no del todo queriendo- muy buena, Naiara tomó nota de la técnica de las claras a punto de nieve firme, y Alejandro y el resto, nos pusimos hasta las cejas).

Votamos. Y ganó Mónica con una diferencia rotunda con el segundo clasificado, Y se sintió mejor. Y sonrió. Porque sus cupcakes eran los más buenos y porque se lo había currado muchísimo. Y era justo que ganara, a pesar del accidente. Recogió su premio ( una versión adaptada del libro de Graham Phillips, “Robin Hood”) y recogimos todo.

Entre la charla, las risas y las despedidas, no he tenido tiempo de decirles lo orgullosa que estoy del grupo, lo excelentes compañeros que son ( antiguos, que llevan muchos, pero muchos años en la casa, y las nuevas incorporaciones) y lo que estos detalles me hacen ver, que es algo que papás y profesores de The White House coordinados, estamos haciendo magníficamente bien.

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